La rosa y el látigo by Francisco Umbral

La rosa y el látigo by Francisco Umbral

autor:Francisco Umbral [Umbral, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1994-10-31T16:00:00+00:00


AMSTERDAM

Después de haber recorrido las grandes e higiénicas salas del Museo de Arte Moderno de Amsterdam, o Museo Municipal o como rayos se llame eso, después de haber comprobado que tras la tormenta Van Gogh ha venido una calma de rayas a cordel, una calma geométrica, decorativa, aburrida, busco el bar para reponerme un poco de la larga y erudita aventura a través de las vanguardias del siglo, que ya son museo y por tanto ya no son vanguardia. El bar me es fácil localizarlo por el verbeneo de máquinas tragaperras, máquinas de discos y camareros a gritos que me llega en determinada dirección. Este bar tiene una puerta estrecha, una luz baja, como de un rojo caído, y mucho humo. Hojeo el catálogo, los catálogos que he ido recogiendo, a la espera de que me sirvan, pero nadie me sirve. Miro en torno, me fijo un poco y descubro que todos están muertos. Muertos de pie, muertos sonrientes, muertos que fuman, muertos que beben, muertos y muertas, muertos y quietos. Este bar, compruebo en seguida en el catálogo, es una obra pop de un joven artista holandés. Ah.

—Todos los turistas contáis lo mismo, amor.

—Como todas las turistas en España contáis lo de las castañuelas, y esto a j mí me parece que tiene más mérito que las castañuelas.

—Pues yo las tocaba ya muy bien, ¿te acuerdas?

—No me acuerdo. No soy un español de castañuela. En realidad los españoles odiamos la castañuela. Es una falsa industria para vender a la holandesa boba como tú.

Y la besé en su gran boca, en su larga y profunda boca, con labios siempre frescos y dientes como de un pescado hermoso, femenino y sonriente. Kitty K. y j yo nos habíamos conocido en España, en la Menéndez, en un verano nublado y joven. Kitty K. era una belleza desteñida y apasionante, toda ella de un rubio lavado, de unos colores rebajados, delicadísimos, yo creo que nórdicos. Kitty K. era como una europea de diseño, puro perfil, perfil de ave bellísima, de consagrado pájaro, y tenía la piel como finamente curtida por su duro país, un curtido adorable y rubio que sólo cedía un poco, pálidamente, en sus estilizadas nalgas, en el rosa inédito y tenue de su coño. Así que, en mi primer viaje a Amsterdam, busqué su apellido en la guía y, naturalmente, no lo encontré. Esperaba encontrarlo muy repetido, ya que era un apellido judío no demasiado original, aunque largo, el problema va a ser dar con ella y no con otra, me dije, pero no, no había nadie que se llamase así en la prometedora y traicionera guía de Amsterdam.

«Se habrá casado y vendrá a nombre del marido».

Hasta que se me ocurrió lo obvio, que es lo que más tarda en ocurrírsele siempre a uno: Kitty K., aparte de estudiante de verano, había sido modelo una temporada en Madrid, dada la esquelatura fina y fuerte de su cuerpo. De modo que busqué por ahí y fue más fácil. Amsterdam tiene mucho



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